De Silicon Valley a la City de Londres, son muchos los estudios que han analizado el funcionamiento de los grandes ecosistemas de emprendimiento del planeta. Pero se ha hablado mucho menos del papel del emprendimiento en el desarrollo económico de otras regiones, como por ejemplo, América Latina. Si bien es cierto que, en general, los países latinoamericanos todavía se encuentran lejos de las cifras de emprendimiento que se registran en Norteamérica o en Europa, los expertos coinciden en que durante los próximos años la región puede vivir un importante crecimiento en lo que a emprendimiento se refiere. La primera razón es una obviedad: mientras que en otros países el ecosistema emprendedor está muy maduro y la competencia entre startups resulta a menudo asfixiante, en Latinoamérica la mayoría de programas de apoyo al emprendimiento todavía se encuentran en fases iniciales, por lo que el margen de crecimiento es enorme. La segunda razón es puramente demográfica. Las estadísticas indican que uno de cada cuatro latinoamericanos tiene entre 15 y 29 años, y el hecho de que la población sea notablemente más joven que la de otras regiones puede favorecer la actividad emprendedora, siempre que exista un acompañamiento adecuado tanto por parte de las instituciones como de la propia empresa privada. Un acompañamiento en el que la formación debe jugar un papel fundamental.
Los emprendedores latinoamericanos han tenido que convivir con un contexto económico complicado. Por poner un ejemplo, se calcula que actualmente una quinta parte de los 163 millones de jóvenes que hay en la región se encuentran sin trabajo o trabajando en empleos informales, pese al crecimiento económico experimentado durante la última década. En este contexto, ha sido difícil encontrar países de la región en las primeras posiciones de los rankings internacionales de emprendimiento. Uno de los más prestigiosos es el llamado Índice Global de Emprendimiento (IGE) elaborado por el Instituto de Emprendimiento y Desarrollo Global (GEDI). Este informe anual, que tiene en cuenta una larga lista de variables -existen países con una gran cantidad de emprendedores pero que no son necesariamente los que tienen un mejor ecosistema de emprendimiento, ya que muchos de ellos son emprendedores de pura subsistencia-, indica que el país latinoamericano más activo a nivel emprendedor es Chile, que ocupa la 19.ª posición de un ranking liderado por Estados Unidos, Suiza, Canadá, Reino Unido y Australia. Los otros países de la región que se encuentran entre los 50 más relevantes a nivel mundial son Puerto Rico (41.º lugar), gracias al importante vínculo económico e institucional que mantiene con Estado Unidos, y Colombia (47.º), mientras que Uruguay ocupa el puesto 51.º
Son muchos los factores que pueden ayudar a impulsar el emprendimiento en América Latina en el futuro: más programas de ayuda, financiación, una base regulatoria más flexible… pero seguramente el más importante sea la formación. Así lo asegura el informe Perspectivas económicas de América Latina. Juventud, competencias y emprendimiento, publicado en 2017 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE): «Es fundamental enfocar los esfuerzos en fortalecer los sistemas educativos en América Latina y la formación a lo largo de toda la vida. […] Las competencias y habilidades se han convertido en la moneda global del siglo XXI». Los datos expuestos en este informe no podrían ser más claros: el porcentaje de jóvenes latinoamericanos que finalizan estudios terciarios -ya sean estudios universitarios o de formación profesional superior- es del 14 %, mientras que en el total de la OCDE es del 39 % (países como Australia o Finlandia superan incluso el 50 %). En los últimos años la mayoría de países latinoamericanos han experimentado grandes avances en materia de educación, pero todavía queda mucho camino por recorrer. Se requieren programas formativos que den respuesta a los nuevos entornos tecnológicos y que combinen conocimientos teóricos y prácticos, para colaborar al desarrollo de unos jóvenes que ya están demostrando tener una gran capacidad creativa y de gestión de grupos pero que para ser competitivos necesitan completar su formación con estudios de calidad. Según el informe antes citado, «alrededor de un 50 % de las empresas de América Latina aseguran no encontrar fuerza laboral dotada de las competencias que necesitan, frente a un 36 % de las empresas en los países de la OCDE. En consecuencia, un tercio de los empleadores tienen que emplear personal calificado del extranjero».
Por tanto, resulta fundamental promover una mejor formación, tanto para conseguir profesionales altamente cualificados como para fomentar el emprendimiento: «El emprendimiento juvenil puede ser un vehículo para promover la empleabilidad y la movilidad social de los individuos, generando a la vez una transformación productiva», afirma la OCDE. En este sentido, un caso paradigmático, dentro del propio entorno latinoamericano, es el de Chile. Son muchos los factores que lo sitúan como el país más emprendedor de la región, con mucha ventaja respecto al resto, pero los datos demuestran que sus esfuerzos en el ámbito educación han acabado siendo determinantes: un 82 % de los jóvenes chilenos acaban la educación secundaria, mientras que en el global de América Latina el porcentaje es solo del 55 %. También es básico que los jóvenes dispongan de programas universitarios de calidad y que tengan acceso a másteres y especialidades adaptados a sus necesidades, ya sea en formato presencial u online, como los que ofrece el ICEB. «Siempre decimos que queremos contribuir al desarrollo de los emprendedores latinoamericanos y convertirnos en un puente para que sus proyectos puedan crecer en otros contextos», explica José Manuel Figueroa, director de Relaciones Internacionales del ICEB.
Además de trabajar en el aspecto educativo, existen otros ámbitos de actuación que pueden acelerar el emprendimiento latinoamericano. Uno de ellos es la consolidación de ecosistemas emprendedores que ejerzan de motores locales pero que tengan también una vocación internacional. Tanto en Estados Unidos como en Europa se ha demostrado que son las ciudades o las regiones –más que los propios países– las que están configurando grandes polos de emprendimiento. Es el caso de Londres, Berlín, Amsterdam, París, Barcelona… A nivel latinoamericano, también existen algunos ejemplos esperanzadores, sobre todo en Colombia, Chile, México o Uruguay, donde tanto las instituciones públicas como algunas corporaciones privadas están apostando por desarrollar el talento local y por potenciar la innovación a través de programas de emprendimiento.
Si bien el gasto público en fomento del emprendimiento continúa siendo bajo en América Latina -solo un 0,04 % del PIB, según la OCDE-, en los últimos tiempos sí que se aprecia un mayor interés por parte de las instituciones, y la contribución de aceleradoras, a menudo transnacionales, también resulta positiva. Estas aportaciones, públicas y privadas, deberían encaminarse a solucionar dos de los grandes retos que afronta cualquier startup: de las instituciones depende que el marco regulatorio, tradicionalmente estricto en el entorno latinoamericano, sea suficientemente flexible como para no entorpecer las iniciativas emprendedoras; al sector privado le corresponde incentivar la inversión y, por tanto, la financiación de nuevos proyectos que no solo puedan aportar beneficios económicos sino también innovación, empleos y desarrollo de la economía regional.