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La formación de emprendedores: soporte indispensable del ecosistema de emprendimiento

ecosistema de emprendimiento

No está claro que la iniciativa, a pesar de ser una cualidad personal, sea un talento innato. El diccionario de la RAE la define como «acción de adelantarse a los demás en hablar u obrar», sin embargo, este significado, estable en el ámbito lingüístico, es materia de debate en otras áreas. No hay acuerdo en si existen atributos genéticos que hagan a unas personas más proactivas que otras o si una serie de factores confluyentes faciliten la aparición y desarrollo de tal condición. Entre estos factores destacan el medio social y familiar (cultural) y la voluntad inducida por una necesidad vital.

Las dudas en cuanto a la herencia aparecen cuando se conocen historias de gente cuyos ancestros han sido extremadamente resueltos y han tomado grandes riesgos, dejando la piel en una empresa que ha alcanzado el éxito, pero quienes al crecer en ciertos ambientes hostiles no han logrado emprender por sí solos. Y, en el caso contrario, muchas personas que no cuentan con una genealogía privilegiada en el campo empresarial han logrado sacar adelante meritorios proyectos.

No obstante, en lo que sí hay acuerdo es que la iniciativa, en lo que a emprender se refiere, no es suficiente. La actitud debe completarse con la aptitud, con la capacidad de desempeñar algo, con el saber hacer. De ahí que haya tomado fuerza el axioma «aprender a emprender», cuyo fundamento está documentado en una abundante bibliografía y que hoy es uno de los más citados entre los centros de emprendimiento y educadores del talento emprendedor.

La importancia de la formación y el no dejar al azar el fomento de la iniciativa emprendedora fueron elementos entendidos desde que en 1993 James F. Moore avanzó la idea de un «ecosistema empresario», refiriéndose al equilibrio necesario entre los diferentes actores que conforman una comunidad de empresas de similar perfil. Una relación que debe existir en un medio para el buen desarrollo y mantenimiento de negocios exitosos y cuya idea se sustenta en la sabia interrelación que existe en un ecosistema natural.

Más adelante esta noción de «ecosistema» es la que se ha aplicado a Silicon Valley, donde han sabido establecer una perfecta conexión entre emprendedores, formadores (universidades) y capital. En el año 2010 el profesor Daniel Isenberg, fundador del Babson Entrepreneurship Ecosystem Project, presentó una estructura¹ según la cual un ecosistema de emprendimiento debe estar conformado por seis dominios: políticas, finanzas, cultura, servicios de apoyo, capital humano y mercados.

Ninguno de estos dominios debe prevalecer. Es imprescindible el concierto de todos los que conforman esta estructura para crear un saludable ecosistema donde se estimule el emprendimiento. El dominio de las políticas abarca desde las instituciones hasta las regulaciones y leyes que faciliten emprender; el de las finanzas incluye las diferentes formas de acceso al capital, desde los créditos hasta los inversores privados; el de la cultura se refiere a la cultura de emprendimiento, cuyos presupuestos permitan la apreciación de que emprender es deseable, que es una fuente de riqueza y que incluye tanto el éxito como la tolerancia al fracaso.

No menos importante es el dominio de los servicios, donde se ubican la energía, el transporte, la existencia de parques tecnológicos e incubadoras, entre otros apoyos. El domino de los mercados abarca los clientes y las redes de emprendedores que trabajarán en beneficio de consolidar los productos y expandir su concepto. Y por último, Isenberg coloca la educación en el dominio del capital humano, junto a la fuerza laboral. Se refiere a la formación de emprendedores, que consolidará el ecosistema, contribuyendo a potenciar la cultura de emprendimiento y a la sistematización y transmisión del conjunto de competencias necesarias para emprender.

¹Daniel Isenberg, citado por: Nunzia Auletta y Clariandys Rivera. Un ecosistema para emprender, 2011.

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